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El hartazgo de Penélope Cruz

El hartazgo de Penélope Cruz

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Tras un paso por las taquillas españolas bastante discreto, ma ma (Julio Medem, 2015) se estrenó en Estados Unidos el pasado 20 de mayo, como parte de un acuerdo de distribución en múltiples países que la protagonista y productora Penélope Cruz, Medem y el productor Álvaro Longoria cerraron en el Festival de Cannes de 2015. Que Cruz sea cada vez más popular en la gran potencia mundial y que tenga un Óscar en su haber, unido al hecho de que el resto del reparto y el director no son especialmente conocidos fuera de nuestra fronteras, ha propiciado que gran parte de la promoción de la cinta recayera sobre los hombros de la actriz, que ha dado entrevistas a Charlie Rose, al Sindicato de Actores o al programa Good Morning America, por nombrar sólo un par de casos. Ha hecho su gira de promoción con la mejor de las sonrisas, como buena profesional, y ha defendido un film peculiar, puramente medemiano, aunque fallido en varios aspectos. De hecho, lo que más se salva es el buen hacer del reparto, en especial de su magnífica protagonista, nominada al Goya con toda justicia. Que sea, como ya hemos dicho, productora del proyecto y que esté tan enamorada del personaje de Magda como ha dicho en más de una ocasión ayuda a que se dé este impulso a la cinta en su gran estreno americano. El film trata sobre una mujer con cáncer de mama que se queda embaraza y decide afrontar ambas circunstancias con la mayor vitalidad, pensando en su familia.

En una de estas paradas, concretamente en la proyección con posterior coloquio que organiza el Sindicato de Actores, es donde la intérprete dio una pequeña sorpresa reivindicativa. Decimos sorpresa porque socialmente es una mujer que toma partido, pero cuando se le hacen preguntas relativas al mundo de la industria, como la cuestión de la desigualdad salarial en Estados Unidos o la precaria situación de gran parte del cine español, suele dar una respuesta sencilla y educada, pero sin profundizar ni mojarse en exceso. Por ello, su reacción ante una pregunta del moderador del coloquio, Bruce Fretts, cogería desprevenido a cualquiera. Fretts le pregunta cómo se sintió al verse en pantalla calva y desnuda –Cruz es una de esas actrices que no se desnudan si no lo requiere, y mucho, el personaje, debido a la mala experiencia que vivió tras su imponente debut con Jamón, jamón (Bigas Luna, 1992), cuando con 17 años mucha gente la insultó por la calle por “exhibirse” tanto físicamente en el film–. Tras aclarar que la calva era una afortunada mezcla de efectos digitales y una prótesis, la actriz manifestó su malestar ante la pregunta, argumentando que las actrices reciben mucho más ese tipo de cuestiones que los actores. Durante casi dos minutos (del 10:00 al 11:45), la mujer responde con elocuencia que el ego personal sobre lo atractiva o glamurosa que puede parecer en momentos así no está presente para ella, porque la escena tiene un contenido emocional y debe honrarla.

Es cierto que gente como Christian Bale, Robert de Niro, Matthew McConaughey o Jared Leto ha perdido o ganado peso para determinados papeles y su transformación se ha convertido en una suerte de hito dentro de su trabajo como actores, pero Cruz no se refiere de eso. Lo que molesta a la actriz, y con todo el sentido del mundo, es que esas preguntas de la prensa no son tanto alabanzas –como sí son siempre para Ellos–, sino dudas que parecen partir de la asunción de que Ellas van a ser más vanidosas y por tanto las transformaciones físicas que requieren a veces los roles les van a suponer un mayor problema. El público asistente al coloquio, actores miembros del Sindicato, aplaude la respuesta de la actriz, que evidencia un doble rasero a la hora de valorar el trabajo interpretativo, y dice que no se le ocurre otro contexto donde le pudieran preguntar su opinión ante algo así.

No es la primera vez que expresa esta opinión, ya que durante la promoción de Volver (Pedro Almodóvar, 2006) habló de lo tonto que le parecía que a los norteamericanos les llamara tanto la atención que hubiera llevado un trasero postizo durante la película, que le ayudaba a inclinar la espalda ligeramente hacia delante como les pasa a muchas mujeres tan trabajadoras como su personaje. Lo que quiere destacar la madrileña es que la labor es la misma, y que uno/una cambiará lo que haga falta su apariencia si un papel lo pide, porque la persona a la que da vida es así, y no debe haber división entre intérprete y rol. Nada se puede objetar ante esto, y sólo desear que ese doble rasero, que también incluye cuestiones sobre la maternidad/paternidad, por ejemplo, desaparezca cuando los periodistas nos demos cuenta del sexismo inherente de esas asunciones.

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