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Una reflexión sobre la 7ª temporada de Juego de tronos

Una reflexión sobre la 7ª temporada de Juego de tronos

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Lo hemos dicho en forma de críticas episódicas o de reportajes y noticias, pero una semana después del final de la séptima temporada de Juego de tronos (2011-), parece pertinente hacer una reflexión sobre esta tanda de episodios, que ha reventado hasta en cuatro ocasiones los audímetros mientras reunía algunas de las mejores y peores críticas de la historia de la serie.

¿Se podría calificar esta temporada de Juego de tronos como decepcionante? No lo cree así el arriba firmante, pero sí de irregular. La reducción de la habitual decena de episodios por temporada a siete se presentaba en principio como una ventaja, ya que ayudaba a eliminar relleno y centrarse sólo en lo esencial. Pero a la postre ha dado como resultado una tanda descompensada, con episodios tan repletos de sucesos que uno acababa irritado, y la polémica narrativa temporal de la serie operando a pleno funcionamiento, y dando como resultado algunos disparates considerables.

La tanda empezó bien, y sus primeros tres capítulos funcionaban porque recompensaba la larga espera del espectador, creando uniones de personajes nunca vistas, o reencuentros tras mucho tiempo aparte. Luego la cuarta parte se cerró con el ataque del dragón, y todos los fans se emocionaron como pocas veces se ha visto en la historia de Juego de tronos. El problema es que David Benioff & D.B. Weiss, con su gran equipo de directores y técnicos, han elegido el camino -deliberadamente o no- de la espectacularidad antes que el sentido común. Se ha dicho que esta temporada no ha estado tan bien escrita como las anteriores, y muchos lo achacan a que los libros de George R.R. Martin ha dejado de ser la fuente directa, y los creadores están por lo tanto forjando (mal) su propio camino.

Lo único claro es que en los últimos tres episodios se han agolpado algunas incongruencias, que algunas tramas han avanzado y otras no a capricho, y que las preguntas sin respuesta se agolpan en la mente de la audiencia. Se nos ha pedido demasiado que aceptemos las circunstancias como son, cuando las situaciones se prestaban a otros desarrollos más eficaces y lógicos (toda la rivalidad entre Sansa y Arya se podría haber resuelto en un capítulo).

Cierto es que Juego de tronos cuenta con un poderío escénico y una mitología tan bien arraigada que momentos como el de Arya/Frey, el cliffhanger de despedida de la temporada, la reunión en Pozo Dragón o la muerte del episodio final son escenas intachables, que salvan bastante la función. Pero no se puede esperar que eso sea suficiente, y más en una serie cuyo trenzado ha sido (casi) siempre tan minucioso y que además en esta ocasión ha sido mucho menos coral y más lineal que las anteriores tandas. Es como si nos dijeran que un espectáculo complejo es una contradicción, y eso no es verdad. Que la octava temporada lime esas asperezas o sí que tendremos un remate decepcionante a uno de los fenómenos catódicos más asombrosos de la historia del medio. Y sería una pena. 

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